lunes, 29 de junio de 2009

La verdad ha de deslumbrar gradualmente o todo hombre quedará ciego.

¿Dónde estabas?

Érase una vez un niño que durante toda su infancia, su madre, para protegerlo del mundo exterior, lo mantuvo encerrado en un cuarto oscuro. Cuando su cuerpo fue grande y gordo, el niño, físicamente convertido en hombre, fue expuesto a la luz cegadora de la vida que lo deslumbró. Y no siendo capas de ver, oír,…, de vivir más allá de su inocencia, pereció.

El vestido amarillo

Inspirado en la historia de una niña muy cercana a mis sentimientos, y su vestido amarillo.

Cuando tenía 7 años, justo 3 meses y medio después de haberlos cumplido, mis padres me llevaron a una feria en la ciudad. Ellos casi no tenían tiempo ni dinero, porque trabajaban mucho y lo que ganaban apenas alcanzaba para mal comer, pero les hacía tanta ilusión llevarme que así lo hicieron.
La feria no era nada del otro mundo, pero yo estaba deslumbrada por las bellas cosas que allí se vendían. Casi a la entrada pasamos por un kiosco donde vendían vestidos de niñas. Yo me quedé maravillada con ellos, me encantaban, estaban tan lindos… que le pedí a mis padres que me compraran el vestido amarillo. Ellos no dijeron que no, porque yo estaba muy emocionada; pero tampoco dijeron que sí. Seguimos paseando por la feria y cada vez que yo veía algo realmente lindo que me gustaba y los miraba, ellos me decían que si me lo compraban entonces tendría que olvidarme del vestido amarillo, y yo lo dejaba pasar. Así transcurrió el resto del día en la feria, no me compraron nada, yo solo decía: “está bien, prefiero el vestido”. Pero tampoco me compraron el vestido, mi padre decía que tenía que ser una buena niña, modelo en todo, para poder tener el vestido, lucirlo y ser digna de él. Así fue por un buen tiempo. Cada vez que quería algo, salía el vestido a ganar; para hacer las tareas, para reducir el horario de juego, para bañarme temprano, en fin… para hacer la voluntad de los demás.
Así pasó el tiempo hasta que llegó mi cumpleaños y me regalaron al fin el vestido amarillo tan anhelado. Esa noche no hice más que mirarlo y mirarlo. Al día siguiente descubrí que ya no quería el vestido, que yo ya no era inocente, ni infantil, ni risueña, que había dejado de ser niña. Desde ese día el vestido amarillo estuvo siempre guardado, pues nunca me lo puse para probármelo siquiera. Desde entonces nunca más pedí ni deseé nada.