martes, 2 de junio de 2015

Balada de los dos abuelos

Ayer mencioné este genial poema en mi post y me quedé con ganas de leerlo una vez más, y estoy segura que muchos también alentaron esas ganas. Por eso se los traigo hoy, aquí lo podrán encontrar siempre que quieran leerlo. Vale la pena, leerlo y releerlo una y otra vez, yo voy por docenas de veces y no deja de impresionarme, la piel no se acostumbra y se torna de gallina con cada verso, uno y cada uno de ellos la revuelven, la ensalzan... hasta que llega la lágrima o el escalofrío con estas líneas:

y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.


Es, simplemente genial. Desde niña me encantó este poema cuando lo leímos en la escuela, no recuerdo bien si es en el libro de lectura de quinto o sexto grado, pero por ahí está porque es sin lugar a dudas un clásico de obligada lectura para todo niño cubano, y también, por qué no, para todos los niños de Latinoamérica.

Balada de los dos abuelos

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.

Pie desnudo, torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco.
África de selvas húmedas
y de gordos gongos sordos…
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro).
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos…
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco).
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro…
—¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
¡Oh costas de cuello virgen
engañadas de abalorios…!
—¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!

¡Qué de barcos, qué de barcos!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!
Piedra de llanto y de sangre,
venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.

¡Qué de barcos, qué de barcos,
qué de negros!

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.
Don Federico me grita
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan
y andan, andan.
Yo los junto.
—¡Federico!
¡Facundo! Los dos se abrazan.
Los dos suspiran. Los dos
las fuertes cabezas alzan:
los dos del mismo tamaño,
bajo las estrellas altas;
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan.
Sueñan, lloran. Cantan.
Lloran, cantan.
¡Cantan!

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