lunes, 2 de noviembre de 2020

Abuelo


Serás el viento que arrulla entre las hierbas

y rebeliones arma,

serás esa presencia de la aurora

cuando la noche parece más sórdida y más larga,

serás ese misterio de la vida

saliendo en la palabra;

serás el cáliz,

la multitud que ejerce la justicia,

ese  muchacho

enternecido, augusto,

que la muerte ha mandado a su pizarra.


(A quien le dieron nombre de manzana)

Carilda Oliver Labra.



Corría la tarde del 13 de marzo de 1957, apenas unas semanas antes habían celebrado en casa muy modestamente el primer cumpleaños de su primogénito. Como todos los mediodías, volvía a la casa para almorzar, darle de comer a las gallinas, los cerdos y los perros, y tomar una pequeña siesta durante las horas más calientes de la tarde, antes de volver al arado, donde trabajaba hasta que se ponía el sol.

Como de costumbre, al levantarse de su siesta se puso su camisa de mangas largas, su pantalón de trabajo, y se dirigió al patio que quedaba al fondo de la casa. Al pasar por la cocina encendió el radio. En la puerta trasera se puso las botas enfangadas, el sombrero de yarey y se dispuso a ponerle agua fresca a los perros. Los animales estaban muy inquietos, uno de los gallos del vecino del fondo había traspasado su cerca y comenzado una pelea con uno de los suyos. La desafortunada muerte de su gallo preferido y la discusión que sostuvo con el dueño del gallo matón, le retrasaron la vuelta al trabajo. Con decepción y tristeza soltó las botas en la entrada y fue a lavarse la sangre del gallito de las manos.

Un diminuto reloj de pared le indicaba que ya había perdido la primera media hora después de las tres, cuando poniéndose las botas para finalmente marcharse, oye en la radio, en voz del líder estudiantil José Antonio Echeverría, una noticia que cambiaría su vida y la de todos los cubanos. En ese momento acababa de ser ajusticiado el dictador Fulgencio Batista en su propia madriguera... No escuchó más, de un salto se levantó y se desprendió a correr hasta el medio del pueblo, donde se puso a gritar a todo pulmón: “Murió el tirano, murió el tirano”, con los brazos abiertos extendidos hacia arriba y los puños cerrados, festejando una victoria por mucho tiempo anhelada. Repitió sus gritos de júbilo un par de veces más hasta que una bala de la guardia rural lo tumbó de su encumbrado regocijo.

Afortunadamente no murió ese día, vivió para tener otros cuatro hijos más y verlos crecer y darle nietos. Tampoco murió Batista ese día. Pero desafortunada, triste y muy dolorosamente, y aun los que no lo conocieron lo sienten así, José Antonio (manzanita) no tuvo la misma suerte.

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