viernes, 29 de mayo de 2015

Esperando el juego de pelota

Me siento en la sala de la casa a esperar que comience el partido. Es un juego muy importante el de hoy, pues define al equipo ganador de la serie nacional de béisbol de este año.
Me emociono al pensar en ello. ¿Quién ganará? No puedo esperar. Hay tanta expectativa al respecto… por las calles sólo se oye hablar de pelota: los conteos, los pronósticos, las críticas y por supuesto las especulaciones acerca de quién será el ganador. Casi que solo hace falta pararse en una esquina para ponerse al día del evento. Por doquier las banderas de ambos equipos seguidas de carteles de fanáticos anunciando al campeón. Es realmente reconfortante ver a las personas socializar al respecto, se crea un ambiente maravilloso, mágico y limpio de fraternidad de unos con otros de manera inocente y sencilla, totalmente desinteresada a propósito de algo que no es política o religión. Lo cierto es que a los cubanos siempre nos ha salvado hablar de pelota. Es una vía de escape a los problemas cotidianos bastante divertida, que puede hacerse sin importar el lugar ni la hora ni la compañía; puedes decir tu opinión sea cual sea, afiliarte al equipo que quieras, lo peor que te puede pasar es que pierdan, y eso es normal porque deporte al fin, siempre hay un ganador y un perdedor. Aunque ya en la final es más fácil porque tienes 50% de probabilidades a tu favor.
Ya falta poco para que empiece. A medida que pasa el tiempo puedo sentir como aumenta la tensión en el ambiente. No debe ser fácil dominar toda esa tensión que se produce en el juego.  Yo no podría concentrarme en lo que hago sabiendo que de mi depende la victoria o  la derrota. Yo definitivamente no soportaría ser el bateador dueño del turno en el 9no inning con su equipo perdiendo, dos outs y la cuenta en 3 y 2. Que sentimiento tan desagradable! Imagino estar en esa situación y sentir miles de miradas pinchando tu cuerpo, unas que te apoyan y confían en ti, y otras tantas deseando que pases el bate a la cuarta bola mala. Incluyendo al pitcher, parado frente a ti con una mirada seria de profunda preocupación, sudando tanto o más que tú, y aunque está un poco más confiado con el marcador a su favor, aun así corre el grandísimo riesgo de equivocarse. Que los nervios lo traicionen y te tire una en zona buena y con un buen home-run se empate el juego en el mejor de los casos para él. Se diría entonces que de él es de quien depende la victoria, y así… todos lo ven desde su perspectiva, desde los ojos de su equipo, desde su asiento en el estadio o frente al televisor.
Está claro que yo no podría ser un jugador pues no puedo con la presión del momento, pero tampoco puedo con la del espectador fanático a un equipo, pues si mi equipo pierde: Tristeza y Desencanto vienen a mí. Si pasa lo contrario y gana, me alegro muchísimo, pero solo por un momento. Sería una felicidad muy efímera que solo podría durar el tiempo que me tome fijarme en las caras de los jugadores y fans del equipo perdedor. No me reconforta la desgracia de otros, menos aun cuando los otros son igualmente buenos y llegaron hasta allí por un camino nada fácil, y aun así lucharon y llegaron; y jugaron bien su juego y se merecen la victoria tanto como los ganadores. Pero las reglas de juego exigen un solo campeón. Y aquí vuelven Tristeza y Desencanto de todas formas. ¡No tengo escapatoria, esto tampoco lo puedo controlar! Al fin y al cabo, así es el deporte.
Hoy al fin se acaba todo esto y no sé si por suerte o por desgracia, pues a mí, en realidad ni me gusta tanto la pelota. 

30 de marzo de 2010, 7:15 pm

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